Usando ejemplos concretos de desastres naturales, calcula los costes que pueden producir los desórdenes medioambientales, especialmente los derivados de la actividad del hombre, para demostrar que economía y ecologismo se hallan indisolublemente unidos. En otras palabras, trata de ilustrar hasta qué punto se ha de considerar a la naturaleza como un capital, discutiendo cómo los modelos desarrollados por algunos economistas deberían considerar el mantenimiento de la producción pero teniendo en cuenta la posibilidad de limitar el uso de recursos naturales. Para ello comenta recomendaciones expuestas por ONG, científicos, y otros agentes sociales. En último término, su objetivo es tratar de explicar cómo se pueden romper algunos dogmas económicos sin que por ello se resienta la producción pero manteniendo un uso sostenible de los recursos.