La especie humana ha conservado el hilo umbilical que la unía al árbol y al bosque hasta tiempos muy recientes. La relación íntima con la tierra nos proporcionaba unas raíces de naturaleza vital, racional y espiritual, y existía una clara conciencia de nuestra dependencia absoluta del mundo al que pertenecemos. En estas páginas contemplamos antiguos vínculos afectivos e identitarios que explican las relaciones de culto y veneración, así como la protección de los bosques que a su vez nos amparan y protegen. La antigua selva estaba habitada por presencias y espíritus tutelares. En cada árbol y cada ser vivo latía una conciencia bien conocida y reconocida por nuestros ancestros. El bosque y el paisaje nos cultivaban en una relación recíproca de domesticación y perpetua coevolución. Hoy en día se han roto estos puentes entre el hombre y el bosque. Esta obra de Ignacio Abella quiere rescatar estas creencias, de comunión con la naturaleza, para que el hombre actual no olvide lo que los hombres antiguos conocían.