En el siglo XIX, las comidas americanas eran de subsistencia, no de disfrute. Pero David Fairchild, un joven botánico con ansias de explorar y experimentar el mundo, emprendió la búsqueda de alimentos que enriquecerían al agricultor estadounidense y a la vez mejorara la oferta culinaria.
Col rizada de Croacia, mangos de la India y lúpulo de Baviera. Melocotones de China, aguacates de Chile y granadas de Malta. Los hallazgos de Fairchild no se limitaron solo a la comida: desde Egipto envió una variedad de algodón que revolucionó una industria y, a través de Japón, introdujo el cerezo en flor, iluminando para siempre la capital de Estados Unidos. En el camino, lo arrestaron, contrajo enfermedades y negoció con tribus isleñas. Su ambición culinaria hizo que Estados Unidos se transformara en el sistema alimentario más diverso que se haya creado.