A principios del siglo XIX prácticamente el 40% de las aves de Norteamérica eran una sola especie, la paloma migratoria, que era tan abundante que sus enormes bandos podían oscurecer el sol durante horas o incluso días. El ruido que hacían al volar, esos gigantescos bandos, ocultaban el resto de sonidos del campo.
A pesar de que en un conteo determinado un año se llegó a estimar que pasaron por Toronto más de un billón de ejemplares, solamente 50 años después la especie se extinguió. El último ejemplar de la especie, Martha, murió en cautividad en el zoo de Cincinnati en 1914.
El autor de esta obra, Joen Greeenberg, relata desde su óptica de naturalista la propensión de la especie a nidificar, dormir y volar juntas en grandes cantidades, haciéndolas por tanto más vulnerables a la caza y su consumo en los mercados de la época. El aumento de las vías de ferrocarril y telégrafos ayudaron al empuje de los mercados nacionales lo que derivó a que fueran perseguidas con más ahínco. A pesar que la especie inspiró a creadores como Audubon, Thoreay o James Fenimore Cooper, no se hicieron esfuerzos reales para su conservación hasta que ya era demasiado tarde.
Esta obra nos muestra una buena lección de lo que sucede cuando los recursos son recolectados de manera no sostenible.