Un libro fascinante que explora de forma accesible para cualquier lector la evidencia de que las plantas comparten más propiedades con los animales de las que puede apreciar la mayoría de personas. Podría llegar como un aliviio para la mayoría de vegetarianos saber que las plantas no pueden sufrir dolor, en el sentido humano, cuando son colectadas. Temas como éste son comentados a lo largo de sus páginas. Basado en evidencias científicas acumuladas durante siglos, es capaz de hacer sentir al lector que cuando camine por un prado o un bosque tupido de hojas secas ya no sentirá la misma despreocupación inocente que antes de haber aprendido lo que en realidad sienten los vegetales, que tienen capacidades sensoriales suficientes como para percibir ciertos atributos básicos de su entorno inmediato.