Henry David Thoreau sabía bien que el invierno --una vez recogida la cosecha, preparadas las conservas y almacenada la leña-- es tiempo para la meditación y los placeres, para contemplar el paisaje albino y leer y escribir junto a la estufa. Tiempo para ser lo que somos y lo que deseamos ser, fértil como ninguno, el único que quizá nos hace sentir vivos, con los pies en la tierra bien blanca.
A partir de esta idea, en el presente volumen se han recopilado los mejores pasajes, pensamientos e intuiciones hibernales que Thoreau fue escribiendo a lo largo de los cuarenta y cuatro inviernos que vivió.
Traducción: Silvia Moreno Parrado